A LOS OBISPOS
A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
Y A LOS FIELES LAICOS
SOBRE
EL ANUNCIO DEL EVANGELIO
EN EL MUNDO ACTUAL
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1. LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO llena el corazón y la vida entera de los que se
encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del
pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo
siempre nace y renace la alegría. En esta Exhortación quiero dirigirme a los
fieles cristianos, para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada
por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los
próximos años.
I. Alegría que se renueva y se comunica
2. El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de
consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y
avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia
aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no
hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la
voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el
entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo,
cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres
resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y
plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el
Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.
3. Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se
encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o,
al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo
cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta
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invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría
reportada por el Señor».1 Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando
alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su
llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a
Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu
amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito.
Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos
redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido!
Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros
los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a
perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona
setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez.
Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e
inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con
una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos
la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos
muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos
lanza hacia adelante!
4. Los libros del Antiguo Testamento habían preanunciado la alegría de la
salvación, que se volvería desbordante en los tiempos mesiánicos. El
profeta Isaías se dirige al Mesías esperado saludándolo con regocijo: «Tú
multiplicaste la alegría, acrecentaste el gozo» (9,2). Y anima a los
habitantes de Sión a recibirlo entre cantos: «¡Dad gritos de gozo y de
júbilo!» (12,6). A quien ya lo ha visto en el horizonte, el profeta lo invita a
convertirse en mensajero para los demás: «Súbete a un alto monte, alegre
mensajero para Sión, clama con voz poderosa, alegre mensajero para
Jerusalén» (40,9). La creación entera participa de esta alegría de la
salvación: «¡Aclamad, cielos, y exulta, tierra! ¡Prorrumpid, montes, en
cantos de alegría! Porque el Señor ha consolado a su pueblo, y de sus
pobres se ha compadecido» (49,13).
Zacarías, viendo el día del Señor, invita a dar vítores al Rey que llega «pobre
y montado en un borrico»: «¡Exulta sin freno, Sión, grita de alegría,
Jerusalén, que viene a ti tu Rey, justo y victorioso!» (Za 9,9).
1 PABLO VI, Exhort. ap. Gaudete in Domino (9 mayo 1975), 22: AAS 67 (1975), 297.
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Pero quizás la invitación más contagiosa sea la del profeta Sofonías, quien
nos muestra al mismo Dios como un centro luminoso de fiesta y de alegría
que quiere comunicar a su pueblo ese gozo salvífico. Me llena de vida releer
este texto: «Tu Dios está en medio de ti, poderoso salvador. Él exulta de
gozo por ti, te renueva con su amor, y baila por ti con gritos de júbilo» (So
3,17). Es la alegría que se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida
cotidiana, como respuesta a la afectuosa invitación de nuestro Padre Dios:
«Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien […] No te prives de
pasar un buen día» (Si 14,11.14). ¡Cuánta ternura paterna se intuye detrás
de estas palabras!
5. El Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita
insistentemente a la alegría. Bastan algunos ejemplos: «Alégrate» es el
saludo del ángel a María (Lc 1,28). La visita de María a Isabel hace que
Juan salte de alegría en el seno de su madre (cf. Lc 1,41). En su canto
María proclama: «Mi espíritu se estremece de alegría en Dios, mi salvador»
(Lc 1,47). Cuando Jesús comienza su ministerio, Juan exclama: «Ésta es mi
alegría, que ha llegado a su plenitud» (Jn 3,29). Jesús mismo «se llenó de
alegría en el Espíritu Santo» (Lc 10,21). Su mensaje es fuente de gozo: «Os
he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría
sea plena» (Jn 15,11). Nuestra alegría cristiana bebe de la fuente de su
corazón rebosante. Él promete a los discípulos: «Estaréis tristes, pero
vuestra tristeza se convertirá en alegría» (Jn 16,20). E insiste: «Volveré a
veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría»
(Jn 16,22). Después ellos, al verlo resucitado, «se alegraron» (Jn 20,20). El
libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que en la primera comunidad
«tomaban el alimento con alegría» (2,46). Por donde los discípulos pasaban,
había «una gran alegría» (8,8), y ellos, en medio de la persecución, «se
llenaban de gozo» (13,52). Un eunuco, apenas bautizado, «siguió gozoso su
camino» (8,39), y el carcelero «se alegró con toda su familia por haber
creído en Dios» (16,34). ¿Por qué no entrar también nosotros en ese río de
alegría?
6. Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua.
Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las
etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se
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transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace
de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo.
Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves
dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la
alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme
confianza, aun en medio de las peores angustias: «Me encuentro lejos de la
paz, he olvidado la dicha […] Pero algo traigo a la memoria, algo que me
hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su
ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad! […]
Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor» (Lm 3,17.21-23.26).
7. La tentación aparece frecuentemente bajo forma de excusas y reclamos,
como si debieran darse innumerables condiciones para que sea posible la
alegría. Esto suele suceder porque «la sociedad tecnológica ha logrado
multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la
alegría».2 Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto
en mis años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a qué
aferrarse. También recuerdo la genuina alegría de aquellos que, aun en
medio de grandes compromisos profesionales, han sabido conservar un
corazón creyente, desprendido y sencillo. De maneras variadas, esas
alegrías beben en la fuente del amor siempre más grande de Dios que se
nos manifestó en Jesucristo. No me cansaré de repetir aquellas palabras de
Benedicto XVI que nos llevan al centro del Evangelio: «No se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con
un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida
y, con ello, una orientación decisiva».3
8. Sólo gracias a ese encuentro –o reencuentro– con el amor de Dios, que se
convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada
y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando
somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más
allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está
el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese
amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo
2 Ibíd., 8: AAS 67 (1975), 292.
3 Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 1: AAS 98 (2006), 217.
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de comunicarlo a otros?
II. La dulce y confortadora alegría de evangelizar
9. El bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de
verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona
que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las
necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien se arraiga y se
desarrolla. Por eso, quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro
camino más que reconocer al otro y buscar su bien. No deberían
asombrarnos entonces algunas expresiones de san Pablo: «El amor de
Cristo nos apremia» (2 Co 5,14); «¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!» (1
Co 9,16).
10. La propuesta es vivir en un nivel superior, pero no con menor
intensidad: «La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y
la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan
la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a
los demás».4 Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace
más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización
personal: «Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se
alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso
es en definitiva la misión».5 Por consiguiente, un evangelizador no debería
tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el
fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay
que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual –que busca a veces
con angustia, a veces con esperanza– pueda así recibir la Buena Nueva, no
a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos,
sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de
quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo».6
4 V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Documento de Aparecida,
360.
5 Ibíd.
6 PABLO VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 80: AAS 68 (1976), 75.
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Una eterna novedad
11. Un anuncio renovado ofrece a los creyentes, también a los tibios o no
practicantes, una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora.
En realidad, su centro y esencia es siempre el mismo: el Dios que
manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado. Él hace a sus
fieles siempre nuevos; aunque sean ancianos, «les renovará el vigor,
subirán con alas como de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin
cansarse» (Is 40,31). Cristo es el «Evangelio eterno» (Ap 14,6), y es «el
mismo ayer y hoy y para siempre» (Hb 13,8), pero su riqueza y su
hermosura son inagotables. Él es siempre joven y fuente constante de
novedad. La Iglesia no deja de asombrarse por «la profundidad de la
riqueza, de la sabiduría y del conocimiento de Dios» (Rm 11,33). Decía san
Juan de la Cruz: «Esta espesura de sabiduría y ciencia de Dios es tan
profunda e inmensa, que, aunque más el alma sepa de ella, siempre puede
entrar más adentro».7 O bien, como afirmaba san Ireneo: «[Cristo], en su
venida, ha traído consigo toda novedad».8 Él siempre puede, con su
novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese
épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca
envejece. Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los
cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante
creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar
la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos
creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras
cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda
auténtica acción evangelizadora es siempre «nueva».
12. Si bien esta misión nos reclama una entrega generosa, sería un error
entenderla como una heroica tarea personal, ya que la obra es ante todo de
Él, más allá de lo que podamos descubrir y entender. Jesús es «el primero y
el más grande evangelizador».9 En cualquier forma de evangelización el
primado es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e
impulsarnos con la fuerza de su Espíritu. La verdadera novedad es la que
7 Cántico espiritual, 36, 10.
8 Adversus haereses, IV, c. 34, n. 1: PG 7, 1083: «Omnem novitatem attulit, semetipsum afferens».
9 PABLO VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 7: AAS 68 (1976), 9.
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Dios mismo misteriosamente quiere producir, la que Él inspira, la que Él
provoca, la que Él orienta y acompaña de mil maneras. En toda la vida de
la Iglesia debe manifestarse siempre que la iniciativa es de Dios, que «Él
nos amó primero» (1 Jn 4,19) y que «es Dios quien hace crecer» (1 Co 3,7).
Esta convicción nos permite conservar la alegría en medio de una tarea tan
exigente y desafiante que toma nuestra vida por entero. Nos pide todo, pero
al mismo tiempo nos ofrece todo.
13. Tampoco deberíamos entender la novedad de esta misión como un
desarraigo, como un olvido de la historia viva que nos acoge y nos lanza
hacia adelante. La memoria es una dimensión de nuestra fe que podríamos
llamar «deuteronómica», en analogía con la memoria de Israel. Jesús nos
deja la Eucaristía como memoria cotidiana de la Iglesia, que nos introduce
cada vez más en la Pascua (cf. Lc 22,19). La alegría evangelizadora siempre
brilla sobre el trasfondo de la memoria agradecida: es una gracia que
necesitamos pedir. Los Apóstoles jamás olvidaron el momento en que Jesús
les tocó el corazón: «Era alrededor de las cuatro de la tarde» (Jn 1,39).
Junto con Jesús, la memoria nos hace presente «una verdadera nube de
testigos» (Hb 12,1). Entre ellos, se destacan algunas personas que
incidieron de manera especial para hacer brotar nuestro gozo creyente:
«Acordaos de aquellos dirigentes que os anunciaron la Palabra de Dios» (Hb
13,7). A veces se trata de personas sencillas y cercanas que nos iniciaron
en la vida de la fe: «Tengo presente la sinceridad de tu fe, esa fe que
tuvieron tu abuela Loide y tu madre Eunice» (2 Tm 1,5). El creyente es
fundamentalmente «memorioso».
III. La nueva evangelización para la transmisión de la fe
14. En la escucha del Espíritu, que nos ayuda a reconocer
comunitariamente los signos de los tiempos, del 7 al 28 de octubre de 2012
se celebró la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos
sobre el tema La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana.
Allí se recordó que la nueva evangelización convoca a todos y se realiza
fundamentalmente en tres ámbitos.10 En primer lugar, mencionemos el
10 Cf. Propositio 7.
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ámbito de la pastoral ordinaria, «animada por el fuego del Espíritu, para
encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la
comunidad y que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su Palabra
y del Pan de vida eterna».11 También se incluyen en este ámbito los fieles
que conservan una fe católica intensa y sincera, expresándola de diversas
maneras, aunque no participen frecuentemente del culto. Esta pastoral se
orienta al crecimiento de los creyentes, de manera que respondan cada vez
mejor y con toda su vida al amor de Dios.
En segundo lugar, recordemos el ámbito de «las personas bautizadas que
no viven las exigencias del Bautismo»,12 no tienen una pertenencia cordial a
la Iglesia y ya no experimentan el consuelo de la fe. La Iglesia, como madre
siempre atenta, se empeña para que vivan una conversión que les devuelva
la alegría de la fe y el deseo de comprometerse con el Evangelio.
Finalmente, remarquemos que la evangelización está esencialmente
conectada con la proclamación del Evangelio a quienes no conocen a
Jesucristo o siempre lo han rechazado. Muchos de ellos buscan a Dios
secretamente, movidos por la nostalgia de su rostro, aun en países de
antigua tradición cristiana. Todos tienen el derecho de recibir el Evangelio.
Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como
quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una
alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia
no crece por proselitismo sino «por atracción».13
15. Juan Pablo II nos invitó a reconocer que «es necesario mantener viva la
solicitud por el anuncio» a los que están alejados de Cristo, «porque ésta es
la tarea primordial de la Iglesia».14 La actividad misionera «representa aún
hoy día el mayor desafío para la Iglesia»15 y «la causa misionera debe ser la
primera».16 ¿Qué sucedería si nos tomáramos realmente en serio esas
palabras? Simplemente reconoceríamos que la salida misionera es el
paradigma de toda obra de la Iglesia. En esta línea, los Obispos
11 BENEDICTO XVI, Homilía durante la Santa Misa conclusiva de la XIII Asamblea General Ordinaria
del Sínodo de los Obispos (28 octubre 2012): AAS 104 (2012), 890.
12 Ibíd.
13 BENEDICTO XVI, Homilía en la Eucaristía de inauguración de la V Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano y del Caribe en el Santuario de «La Aparecida» (13 mayo 2007): AAS
99 (2007), 437.
14 Carta enc. Redemptoris missio (7 diciembre 1990), 34: AAS 83 (1991), 280.
15 Ibíd., 40: AAS 83 (1991), 287.
16 Ibíd., 86: AAS 83 (1991), 333.
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latinoamericanos afirmaron que ya «no podemos quedarnos tranquilos en
espera pasiva en nuestros templos»17 y que hace falta pasar «de una
pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera».18
Esta tarea sigue siendo la fuente de las mayores alegrías para la Iglesia:
«Habrá más gozo en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por
noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» (Lc 15,7).
Propuesta y límites de esta Exhortación
16. Acepté con gusto el pedido de los Padres sinodales de redactar esta
Exhortación.19 Al hacerlo, recojo la riqueza de los trabajos del Sínodo.
También he consultado a diversas personas, y procuro además expresar las
preocupaciones que me mueven en este momento concreto de la obra
evangelizadora de la Iglesia. Son innumerables los temas relacionados con
la evangelización en el mundo actual que podrían desarrollarse aquí. Pero
he renunciado a tratar detenidamente esas múltiples cuestiones que deben
ser objeto de estudio y cuidadosa profundización. Tampoco creo que deba
esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre
todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo. No es conveniente
que el Papa reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de
todas las problemáticas que se plantean en sus territorios. En este sentido,
percibo la necesidad de avanzar en una saludable «descentralización».
17. Aquí he optado por proponer algunas líneas que puedan alentar y
orientar en toda la Iglesia una nueva etapa evangelizadora, llena de fervor y
dinamismo. Dentro de ese marco, y en base a la doctrina de la
Constitución dogmática Lumen gentium, decidí, entre otros temas,
detenerme largamente en las siguientes cuestiones:
a) La reforma de la Iglesia en salida misionera.
b) Las tentaciones de los agentes pastorales.
c) La Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza.
d) La homilía y su preparación.
e) La inclusión social de los pobres.
17 V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Documento de Aparecida,
548.
18 Ibíd., 370.
19 Cf. Propositio 1.
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f) La paz y el diálogo social.
g) Las motivaciones espirituales para la tarea misionera.
18. Me extendí en esos temas con un desarrollo que quizá podrá pareceros
excesivo. Pero no lo hice con la intención de ofrecer un tratado, sino sólo
para mostrar la importante incidencia práctica de esos asuntos en la tarea
actual de la Iglesia. Todos ellos ayudan a perfilar un determinado estilo
evangelizador que invito a asumir en cualquier actividad que se realice. Y
así, de esta manera, podamos acoger, en medio de nuestro compromiso
diario, la exhortación de la Palabra de Dios: «Alegraos siempre en el Señor.
Os lo repito, ¡alegraos!» (Flp 4,4).
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Capítulo primero
La transformación misionera de la Iglesia
19. La evangelización obedece al mandato misionero de Jesús: «Id y haced
que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que
os he mandado» (Mt 28,19-20). En estos versículos se presenta el momento
en el cual el Resucitado envía a los suyos a predicar el Evangelio en todo
tiempo y por todas partes, de manera que la fe en Él se difunda en cada
rincón de la tierra.
I. Una Iglesia en salida
20. En la Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de
«salida» que Dios quiere provocar en los creyentes. Abraham aceptó el
llamado a salir hacia una tierra nueva (cf. Gn 12,1-3). Moisés escuchó el
llamado de Dios: «Ve, yo te envío» (Ex 3,10), e hizo salir al pueblo hacia la
tierra de la promesa (cf. Ex 3,17). A Jeremías le dijo: «Adondequiera que yo
te envíe irás» (Jr 1,7). Hoy, en este «id» de Jesús, están presentes los
escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la
Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva «salida» misionera. Cada
cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le
pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia
comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz
del Evangelio.
21. La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los
discípulos es una alegría misionera. La experimentan los setenta y dos
discípulos, que regresan de la misión llenos de gozo (cf. Lc 10,17). La vive
Jesús, que se estremece de gozo en el Espíritu Santo y alaba al Padre
porque su revelación alcanza a los pobres y pequeñitos (cf. Lc 10,21). La
sienten llenos de admiración los primeros que se convierten al escuchar
predicar a los Apóstoles «cada uno en su propia lengua» (Hch 2,6) en
Pentecostés. Esa alegría es un signo de que el Evangelio ha sido anunciado
y está dando fruto. Pero siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del
salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá. El
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Señor dice: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones
vecinas, porque para eso he salido» (Mc 1,38). Cuando está sembrada la
semilla en un lugar, ya no se detiene para explicar mejor o para hacer más
signos allí, sino que el Espíritu lo mueve a salir hacia otros pueblos.
22. La Palabra tiene en sí una potencialidad que no podemos predecir. El
Evangelio habla de una semilla que, una vez sembrada, crece por sí sola
también cuando el agricultor duerme (cf. Mc 4,26-29). La Iglesia debe
aceptar esa libertad inaferrable de la Palabra, que es eficaz a su manera, y
de formas muy diversas que suelen superar nuestras previsiones y romper
nuestros esquemas.
23. La intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la
comunión «esencialmente se configura como comunión misionera».20 Fiel al
modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio
a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco
y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede
excluir a nadie. Así se lo anuncia el ángel a los pastores de Belén: «No
temáis, porque os traigo una Buena Noticia, una gran alegría para todo el
pueblo» (Lc 2,10). El Apocalipsis se refiere a «una Buena Noticia, la eterna,
la que él debía anunciar a los habitantes de la tierra, a toda nación, familia,
lengua y pueblo» (Ap 14,6).
Primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar
24. La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que
primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan.
«Primerear»: sepan disculpar este neologismo. La comunidad
evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha
primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse,
tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y
llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un
deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la
infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco
20 JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), 32: AAS 81
(1989), 451.
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más a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús
lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos,
poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los
discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La comunidad
evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los
demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y
asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo.
Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz.
Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña
a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que
sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización
tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites. Fiel al don del Señor,
también sabe «fructificar». La comunidad evangelizadora siempre está
atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no
pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña
en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra
la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé
frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados.
El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como
testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino
que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y
renovadora. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe
«festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la
evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en
medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se
evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es
celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso
donativo.
II. Pastoral en conversión
25. No ignoro que hoy los documentos no despiertan el mismo interés que
en otras épocas, y son rápidamente olvidados. No obstante, destaco que lo
que trataré de expresar aquí tiene un sentido programático y
consecuencias importantes. Espero que todas las comunidades procuren
poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión
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pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos
sirve una «simple administración».21 Constituyámonos en todas las regiones
de la tierra en un «estado permanente de misión».22
26. Pablo VI invitó a ampliar el llamado a la renovación, para expresar con
fuerza que no se dirige sólo a los individuos aislados, sino a la Iglesia
entera. Recordemos este memorable texto que no ha perdido su fuerza
interpelante: «La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma,
debe meditar sobre el misterio que le es propio […] De esta iluminada y
operante conciencia brota un espontáneo deseo de comparar la imagen
ideal de la Iglesia -tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como Esposa
suya santa e inmaculada (cf. Ef 5,27)- y el rostro real que hoy la Iglesia
presenta […] Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de
renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la
conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que
Cristo nos dejó de sí».23
El Concilio Vaticano II presentó la conversión eclesial como la apertura a
una permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo: «Toda la
renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la
fidelidad a su vocación […] Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una
perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana
y terrena, tiene siempre necesidad».24
Hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo
evangelizador; igualmente las buenas estructuras sirven cuando hay una
vida que las anima, las sostiene y las juzga. Sin vida nueva y auténtico
espíritu evangélico, sin «fidelidad de la Iglesia a la propia vocación»,
cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo.
Una impostergable renovación eclesial
27. Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que
las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura
21 V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Documento de Aparecida,
201.
22 Ibíd., 551.
23 PABLO VI, Carta enc. Ecclesiam suam (6 agosto 1964), 3: AAS 56 (1964), 611-612.
24 CONC. ECUM. VAT. II, Decreto Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 6.
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eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del
mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de
estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este
sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la
pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta,
que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y
favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús
convoca a su amistad. Como decía Juan Pablo II a los Obispos de Oceanía,
«toda renovación en el seno de la Iglesia debe tender a la misión como
objetivo para no caer presa de una especie de introversión eclesial».25
28. La parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque tiene
una gran plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la
docilidad y la creatividad misionera del Pastor y de la comunidad. Aunque
ciertamente no es la única institución evangelizadora, si es capaz de
reformarse y adaptarse continuamente, seguirá siendo «la misma Iglesia
que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas».26 Esto supone que
realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no se
convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de
selectos que se miran a sí mismos. La parroquia es presencia eclesial en el
territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida
cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración
y la celebración.27 A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y
forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización.28 Es
comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber
para seguir caminando, y centro de constante envío misionero. Pero
tenemos que reconocer que el llamado a la revisión y renovación de las
parroquias todavía no ha dado suficientes frutos en orden a que estén
todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comunión y
participación, y se orienten completamente a la misión.
25 JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Oceania (22 noviembre 2001), 19: AAS 94
(2002), 390.
26 JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), 26: AAS 81
(1989), 438.
27 Cf. Propositio 26.
28 Cf. Propositio 44.
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29. Las demás instituciones eclesiales, comunidades de base y pequeñas
comunidades, movimientos y otras formas de asociación, son una riqueza
de la Iglesia que el Espíritu suscita para evangelizar todos los ambientes y
sectores. Muchas veces aportan un nuevo fervor evangelizador y una
capacidad de diálogo con el mundo que renuevan a la Iglesia. Pero es muy
sano que no pierdan el contacto con esa realidad tan rica de la parroquia
del lugar, y que se integren gustosamente en la pastoral orgánica de la
Iglesia particular.29 Esta integración evitará que se queden sólo con una
parte del Evangelio y de la Iglesia, o que se conviertan en nómadas sin
raíces.
30. Cada Iglesia particular, porción de la Iglesia católica bajo la guía de su
obispo, también está llamada a la conversión misionera. Ella es el sujeto
primario de la evangelización,30 ya que es la manifestación concreta de la
única Iglesia en un lugar del mundo, y en ella «verdaderamente está y obra
la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica».31 Es la
Iglesia encarnada en un espacio determinado, provista de todos los medios
de salvación dados por Cristo, pero con un rostro local. Su alegría de
comunicar a Jesucristo se expresa tanto en su preocupación por
anunciarlo en otros lugares más necesitados como en una salida constante
hacia las periferias de su propio territorio o hacia los nuevos ámbitos
socioculturales.32 Procura estar siempre allí donde hace más falta la luz y
la vida del Resucitado.33 En orden a que este impulso misionero sea cada
vez más intenso, generoso y fecundo, exhorto también a cada Iglesia
particular a entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y
reforma.
31. El obispo siempre debe fomentar la comunión misionera en su Iglesia
diocesana siguiendo el ideal de las primeras comunidades cristianas,
donde los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32).
Para eso, a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la
29 Cf. Propositio 26.
30 Cf. Propositio 41.
31 CONC. ECUM. VAT. II, Decreto Christus Dominus, sobre el oficio pastoral de los Obispos, 11.
32 Cf. BENEDICTO XVI, Discurso a los participantes en un Congreso con ocasión del 40 Aniversario
del Decreto Ad Gentes (11 marzo 2006): AAS 98 (2006), 337.
33 Cf. Propositio 42.
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esperanza del pueblo, otras veces estará simplemente en medio de todos
con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar
detrás del pueblo para ayudar a los rezagados y, sobre todo, porque el
rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos. En su
misión de fomentar una comunión dinámica, abierta y misionera, tendrá
que alentar y procurar la maduración de los mecanismos de participación
que propone el Código de Derecho Canónico34 y otras formas de diálogo
pastoral, con el deseo de escuchar a todos y no sólo a algunos que le
acaricien los oídos. Pero el objetivo de estos procesos participativos no será
principalmente la organización eclesial, sino el sueño misionero de llegar a
todos.
32. Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo
pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de
Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi
ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a
las necesidades actuales de la evangelización. El Papa Juan Pablo II pidió
que se le ayudara a encontrar «una forma del ejercicio del primado que, sin
renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una
situación nueva».35 Hemos avanzado poco en ese sentido. También el
papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal necesitan
escuchar el llamado a una conversión pastoral. El Concilio Vaticano II
expresó que, de modo análogo a las antiguas Iglesias patriarcales, las
Conferencias episcopales pueden «desarrollar una obra múltiple y fecunda,
a fin de que el afecto colegial tenga una aplicación concreta».36 Pero este
deseo no se realizó plenamente, por cuanto todavía no se ha explicitado
suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las
conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también
alguna auténtica autoridad doctrinal.37 Una excesiva centralización, más
que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera.
33. La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio
pastoral del «siempre se ha hecho así». Invito a todos a ser audaces y
34 Cf. cc. 460-468; 492-502; 511-514; 536-537.
35 Carta enc. Ut unum sint (25 mayo 1995), 95: AAS 87 (1995), 977-978.
36 CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 23.
37 Cf. JUAN PABLO II, Motu proprio Apostolos suos (21 mayo 1998): AAS 90 (1998), 641-658.
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creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y
los métodos evangelizadores de las propias comunidades. Una postulación
de los fines sin una adecuada búsqueda comunitaria de los medios para
alcanzarlos está condenada a convertirse en mera fantasía. Exhorto a todos
a aplicar con generosidad y valentía las orientaciones de este documento,
sin prohibiciones ni miedos. Lo importante es no caminar solos, contar
siempre con los hermanos y especialmente con la guía de los obispos, en
un sabio y realista discernimiento pastoral.
III. Desde el corazón del Evangelio
34. Si pretendemos poner todo en clave misionera, esto también vale para
el modo de comunicar el mensaje. En el mundo de hoy, con la velocidad de
las comunicaciones y la selección interesada de contenidos que realizan los
medios, el mensaje que anunciamos corre más que nunca el riesgo de
aparecer mutilado y reducido a algunos de sus aspectos secundarios. De
ahí que algunas cuestiones que forman parte de la enseñanza moral de la
Iglesia queden fuera del contexto que les da sentido. El problema mayor se
produce cuando el mensaje que anunciamos aparece entonces identificado
con esos aspectos secundarios que, sin dejar de ser importantes, por sí
solos no manifiestan el corazón del mensaje de Jesucristo. Entonces
conviene ser realistas y no dar por supuesto que nuestros interlocutores
conocen el trasfondo completo de lo que decimos o que pueden conectar
nuestro discurso con el núcleo esencial del Evangelio que le otorga sentido,
hermosura y atractivo.
35. Una pastoral en clave misionera no se obsesiona por la transmisión
desarticulada de una multitud de doctrinas que se intenta imponer a
fuerza de insistencia. Cuando se asume un objetivo pastoral y un estilo
misionero, que realmente llegue a todos sin excepciones ni exclusiones, el
anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo
más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario. La propuesta se
simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más
contundente y radiante.
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36. Todas las verdades reveladas proceden de la misma fuente divina y son
creídas con la misma fe, pero algunas de ellas son más importantes por
expresar más directamente el corazón del Evangelio. En este núcleo
fundamental lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios
manifestado en Jesucristo muerto y resucitado. En este sentido, el Concilio
Vaticano II explicó que «hay un orden o “jerarquía” en las verdades en la
doctrina católica, por ser diversa su conexión con el fundamento de la fe
cristiana».38 Esto vale tanto para los dogmas de fe como para el conjunto de
las enseñanzas de la Iglesia, e incluso para la enseñanza moral.
37. Santo Tomás de Aquino enseñaba que en el mensaje moral de la Iglesia
también hay una jerarquía, en las virtudes y en los actos que de ellas
proceden.39 Allí lo que cuenta es ante todo «la fe que se hace activa por la
caridad» (Ga 5,6). Las obras de amor al prójimo son la manifestación
externa más perfecta de la gracia interior del Espíritu: «La principalidad de
la ley nueva está en la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe
que obra por el amor».40 Por ello explica que, en cuanto al obrar exterior, la
misericordia es la mayor de todas las virtudes: «En sí misma la
misericordia es la más grande de las virtudes, ya que a ella pertenece
volcarse en otros y, más aún, socorrer sus deficiencias. Esto es peculiar del
superior, y por eso se tiene como propio de Dios tener misericordia, en la
cual resplandece su omnipotencia de modo máximo».41
38. Es importante sacar las consecuencias pastorales de la enseñanza
conciliar, que recoge una antigua convicción de la Iglesia. Ante todo hay
que decir que en el anuncio del Evangelio es necesario que haya una
adecuada proporción. Ésta se advierte en la frecuencia con la cual se
mencionan algunos temas y en los acentos que se ponen en la predicación.
Por ejemplo, si un párroco a lo largo de un año litúrgico habla diez veces
sobre la templanza y sólo dos o tres veces sobre la caridad o la justicia, se
38 CONC. ECUM. VAT. II, Decreto Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 11.
39 Cf. Summa Theologiae I-II, q. 66, art. 4-6.
40 Summa Theologiae I-II, q. 108, art. 1.
41 Summa Theologiae II-II, q. 30, art. 4. Cf. ibíd. q. 30, art. 4, ad 1: «No adoramos a Dios con
sacrificios y dones exteriores por Él mismo, sino por nosotros y por el prójimo. Él no necesita
nuestros sacrificios, pero quiere que se los ofrezcamos por nuestra devoción y para la utilidad del
prójimo. Por eso, la misericordia, que socorre los defectos ajenos, es el sacrificio que más le
agrada, ya que causa más de cerca la utilidad del prójimo».
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produce una desproporción donde las que se ensombrecen son
precisamente aquellas virtudes que deberían estar más presentes en la
predicación y en la catequesis. Lo mismo sucede cuando se habla más de
la ley que de la gracia, más de la Iglesia que de Jesucristo, más del Papa
que de la Palabra de Dios.
39. Así como la organicidad entre las virtudes impide excluir alguna de
ellas del ideal cristiano, ninguna verdad es negada. No hay que mutilar la
integralidad del mensaje del Evangelio. Es más, cada verdad se comprende
mejor si se la pone en relación con la armoniosa totalidad del mensaje
cristiano, y en ese contexto todas las verdades tienen su importancia y se
iluminan unas a otras. Cuando la predicación es fiel al Evangelio, se
manifiesta con claridad la centralidad de algunas verdades y queda claro
que la predicación moral cristiana no es una ética estoica, es más que una
ascesis, no es una mera filosofía práctica ni un catálogo de pecados y
errores. El Evangelio invita ante todo a responder al Dios amante que nos
salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para
buscar el bien de todos. ¡Esa invitación en ninguna circunstancia se debe
ensombrecer! Todas las virtudes están al servicio de esta respuesta de
amor. Si esa invitación no brilla con fuerza y atractivo, el edificio moral de
la Iglesia corre el riesgo de convertirse en un castillo de naipes, y allí está
nuestro peor peligro. Porque no será propiamente el Evangelio lo que se
anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de
determinadas opciones ideológicas. El mensaje correrá el riesgo de perder
su frescura y dejará de tener «olor a Evangelio».
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