Homilía en la Misa inaugural de la Primera Asamblea de la Provincia Claretiana de San José del Sur.
Talagante, 15 de julio de 2011.
Talagante, 15 de julio de 2011.
Estamos viviendo un momento cumbre en nuestra experiencia misionera. Es momento fundacional. La lenta y a veces arenosa preparación que nos llevó algunos años de sondeos, encuentros, diálogos, mutuo conocimiento y esfuerzos de áreas pastorales que fueron aprendiendo unas de otras, más la fraterna pero inocultable presión de parte del gobierno general, que así cumplía un encargo capitular, nos ha traído hasta este momento. Es momento de bendición.
Hemos bautizado nuestra Provincia con el nombre de San José del Sur y voy a aprovechar esta oportunidad para hacer unas consideraciones deducidas de este título patronal. Las ofrezco como elementos que puedan inspirar nuestra vida misionera en esta parte del mundo.
No conozco el argumento aducido por el Padre José Xifré para enviar la primera expedición misionera al otro lado de los mares, bajo la tutela de San José. No sé tampoco si es un dato comprobable en documentos o simplemente un dato empírico. Pero así lo hemos recibido de los primeros misioneros. ¿Sería porque él llevaba el nombre de José? ¿Sería por una devoción particular que rescataba al santo del olvido general? ¿Sería por el ancestro catalán porque todo catalán tiene que amar a San José de la Montaña? ¿Sería por la universalidad del nombre ya que, parodiando a Neruda, “la tierra se llama José”?
Yo creo que sería por la figura de custodio, de protector, de defensor, que San José ha representado en la liturgia de la iglesia y en la fe cristiana: un hombre con la sencillez del pueblo, con la laboriosidad del obrero, con la fidelidad del amante, con la responsabilidad de ser jefe de familia, y con una grandeza que no puede pretender ningún santo. Porque, como dijo el pensador Francisco Canals:
“Lo que esperaban los patriarcas, lo que anunciaron los profetas, lo que predicaron los apóstoles y lo que testificaron los mártires, ocurrió en su casa”. Ocurrió en su grupo familiar. Ocurrió en ese ámbito especial y privilegiado en el que se forjan las vidas. Ciertamente una familia singular. Solamente por fe veneramos el misterio vivido en Nazaret. Ninguna explicación humana podría descifrar el verdadero galimatías de esa familia única. Sin embargo, podemos rescatar los altos y peremnes valores que nos enseñan. Allí la figura de José se agiganta.
La devoción mariana ha destacado con mucha fuerza la persona y la misión de aquella muchacha de Nazaret de la que se enamoró el mismo Dios. Pero la persona y la misión de José no puede quedar opacada. Y los rasgos de una personalidad como la suya son los que hoy día podemos mirar como señales indicadoras de nuestra propia tarea vocacional claretiana en esta hora del mundo. Voy a resaltar algunas de esas virtudes que nos deben motivar.
1.- José fue un enamorado. por eso buscó a María y se casó con ella. Por eso amó la vida junta a ella. Sin duda hay que desechar la imagen senil que nos ha trasmitido la iconografía piadosa. Para mi expresión devocional José fue un muchacho israelita que al encontrar a la chica de sus sueños, la amó con toda su pasión. Para eso debió tener la capacidad de admirar la belleza, una cualidad que ayuda a gozar la existencia: Y pienso que un misionero que no es capaz de enamorarse, ni de mirar y de admirar lo bello de la creación de Dios no puede realizar su vocación. Estamos en un mundo que se nos presenta como trágico. Los medios y las informaciones que nos llegan nos hablan de la vida como un drama. Algunas de las realidades que comprobamos en nuestro quehacer pastoral influyen en nuestro ánimo con una fuerte dosis de negatividad. Por eso mismo deberemos estar atentos. La vocación, y la misión que conlleva, nos llama a vivirla con gozo, con esperanza, con enamoramiento de las cosas bellas, para poder trasmitir un mensaje positivo; más aún en un contexto de predicación y catequesis que todavía recalca con demasiada fuerza el sacrifico de la cruz sin dar el paso siguiente que es gozo de resurrección. Creo que José nos ayuda a mirar la vida y las personas, las situaciones y los desafíos con los ojos de los que buscan la belleza y la bondad en las realidades humanas. Necesitamos al misionero enamorado de su filiación divina, de su vocación evangelizadora, enamorado de su mundo relacional, con rostros y tareas concretas. Enamorado del proyecto de Dios en la historia de cada día.
2.- En segundo lugar, José es un hombre fiel. Es una consecuencia de ser un hombre enamorado. Los breves textos evangélicos que lo presentan en situaciones límite nos hacen percibir al hombre que mantiene su fidelidad más allá de las apariencias, las dudas e incluso de ciertas comprobaciones. No me voy a extender en este punto pero creo que nos enseña a confiar, esperar, dilucidar, nos enseña a mantenerse fiel a pesar de las asperezas, las dudas, las contradicciones, los cambios en los planes personales. Es bueno recordar esta virtud de la fidelidad en esta hora de cambio organizativo de nuestros organismos: habrá asuntos que nos superan, dudas que se acrecientan, temores que hacen sombra. Pero más allá de todo eso, está la fidelidad a la vocación recibida que no es maniobra ni hechura de tejas abajo sino regalo y don del Espíritu que va haciendo nuevas todas las cosas.
3.-Otra virtud que José nos muestra como un desafío misionero es la audacia: la capacidad de buscar las respuestas adecuadas ante las situaciones más difíciles: José es un rastreador incansable de las huellas de Dios por los caminos de los hombres. José, un esposo que sabe leer la historia aún sin comprenderla a cabalidad; un papá que sale una noche hacia lo desconocido, sin saber qué le espera más allá de las orillas de su tierra. No entro aquí a discutir si trata de un Midrash o de relatos de tipo catequético o simplemente de un juego artificioso para verificar viejas profecías. Lo que me interesa es decir que José es presentado como alguien que no le teme al futuro: va armando su historia y la de su familia, y, sin saberlo, va construyendo la historia de la humanidad con las piedras y elementos que encuentra en su camino. Es bueno recordarlo en esta hora de nacimiento que estamos viiviendo. También una mañana de enero de 1870 llegaron a estas tierras del sur del mundo un grupo de misioneros sin más bagaje que su fe, su carisma evangelizador y su filiación cordimariana. Un acto de audacia. Un acto de valentía. Un desafío incluso a la legalidad canónica que no estaba aún bien definida. El superior del grupo, a sus 36 años, venía con el título de “Provincial de América meridional” y así lo mantuvo por seis años y en calidad de tal participó en el Capítulo General de 1876. El grupo misionero recibió como tarea ( y aquí me remito casi a la letra a lo señalado por el arzobispo de Santiago de Chile al aceptarlo en la diócesis) el grupo recibió como tarea a) el ser eficientes colaboradores de los pastoes decir no diseñando un proyecto propio alejado o ignorante de la realidad eclesial en la que iban a moverse; b) El grupo debería enfrentar la evangelización en las situaciones más difíciles y en los lugares más abandonados social y eclesialmente ( en esa época se señalaba el mundo rural, el mundo del trabajo y los sectores más empobrecidos de la sociedad: “aquellos que llevan las penalidades de la vida laboriosa”, dice el documento); c) el grupo debería adaptar a las circunstancias y a los tiempos nuevos su sistema misionero y mantener, además, la atención hacia otros campos pastorales.
Muchas conclusiones y muchos compromisos podemos sacar de estos simples enunciados. Cambiaron los tiempos, han pasado los años, se institucionalizó el grupo misionero, pero el llamado es el mismo del comienzo: ser servidores de las iglesias diocesanas según nuestro carisma de la Palabra (pienso en las voces que nos vienen desde nuestro Proyecto de Hombres que arden en caridad y en las voces que nos llegan desde Aparecida); en las situaciones más difíciles (pienso en este comienzo del siglo XXI), en los lugares más abandonados (pienso en que debemos abrirnos más a las periferias, a los empobrecidos, a los necesitados de esperanzas para vivir, aunque ello implique dejar posiciones muy queridas pero ya muy serenas pastoralmente), con sistemas de evangelización apropiados para los tiempos nuevos (pienso en el mundo de la educación, en el desafío de los medios y las tecnologías de la comunicación, en la dedicación a una profundización bíblica acompañada de una metodología que le devuelva al pueblo la Palabra de vida, pienso en las tareas de misión que contemple la religiosidad popular, que supere la mera sacramentación, que eduque y forme personas autovalentes y protagonistas en las comunidades eclesiales.
4.- Una tercera virtud que nos enseña nuestro patrono es La dedicación al trabajo. En ese taller familiar y de la enseñanza de María y de José aprendió Jesús lo que nos diría después acerca de la grandeza de la paternidad de Dios, lo que nos señaló como eje central de su mensaje: el no hacer a otros lo que no se quiere para uno mismo. En Nazaret aprendió a vivir la com-pasión con los desheredados, aprendió la libertad de los hijos de Dios, aprendió a buscar los valores del Reino y su Justicia porque todo lo demás vendrá como añadidura. Allí aprendió la dignidad del trabajo,el valor de la amistad, y la capacidad de sacrificio.
En una palabra: José es el obrero que le enseñó a Dios a ser hombre. No puede haber grandeza mayor.
Llevamos ahora su nombre como emblema de la nueva Provincia. Y vamos a ser dignos de él. Por lo demás es un nombre que acompaña a nuestros pueblos desde sus inicios como estados libertarios. No sólo porque José es nombre de pueblo sino porque coincide que los que nos dieron estas patrias que ahora unimos en una sola bandera, todos ellos fueron José: don José de San Martín, desde Argentina, don José Gervasio Artigas desde Uruguay, don José Miguel Carrera desde Chile y don José Gaspar Rodríguez de Francia desde Paraguay. Puede ser coincidencia. Puede ser también un llamado a seguir las batallas para que nuestros pueblos tengan vida.
Amén.
Hemos bautizado nuestra Provincia con el nombre de San José del Sur y voy a aprovechar esta oportunidad para hacer unas consideraciones deducidas de este título patronal. Las ofrezco como elementos que puedan inspirar nuestra vida misionera en esta parte del mundo.
No conozco el argumento aducido por el Padre José Xifré para enviar la primera expedición misionera al otro lado de los mares, bajo la tutela de San José. No sé tampoco si es un dato comprobable en documentos o simplemente un dato empírico. Pero así lo hemos recibido de los primeros misioneros. ¿Sería porque él llevaba el nombre de José? ¿Sería por una devoción particular que rescataba al santo del olvido general? ¿Sería por el ancestro catalán porque todo catalán tiene que amar a San José de la Montaña? ¿Sería por la universalidad del nombre ya que, parodiando a Neruda, “la tierra se llama José”?
Yo creo que sería por la figura de custodio, de protector, de defensor, que San José ha representado en la liturgia de la iglesia y en la fe cristiana: un hombre con la sencillez del pueblo, con la laboriosidad del obrero, con la fidelidad del amante, con la responsabilidad de ser jefe de familia, y con una grandeza que no puede pretender ningún santo. Porque, como dijo el pensador Francisco Canals:
“Lo que esperaban los patriarcas, lo que anunciaron los profetas, lo que predicaron los apóstoles y lo que testificaron los mártires, ocurrió en su casa”. Ocurrió en su grupo familiar. Ocurrió en ese ámbito especial y privilegiado en el que se forjan las vidas. Ciertamente una familia singular. Solamente por fe veneramos el misterio vivido en Nazaret. Ninguna explicación humana podría descifrar el verdadero galimatías de esa familia única. Sin embargo, podemos rescatar los altos y peremnes valores que nos enseñan. Allí la figura de José se agiganta.
La devoción mariana ha destacado con mucha fuerza la persona y la misión de aquella muchacha de Nazaret de la que se enamoró el mismo Dios. Pero la persona y la misión de José no puede quedar opacada. Y los rasgos de una personalidad como la suya son los que hoy día podemos mirar como señales indicadoras de nuestra propia tarea vocacional claretiana en esta hora del mundo. Voy a resaltar algunas de esas virtudes que nos deben motivar.
1.- José fue un enamorado. por eso buscó a María y se casó con ella. Por eso amó la vida junta a ella. Sin duda hay que desechar la imagen senil que nos ha trasmitido la iconografía piadosa. Para mi expresión devocional José fue un muchacho israelita que al encontrar a la chica de sus sueños, la amó con toda su pasión. Para eso debió tener la capacidad de admirar la belleza, una cualidad que ayuda a gozar la existencia: Y pienso que un misionero que no es capaz de enamorarse, ni de mirar y de admirar lo bello de la creación de Dios no puede realizar su vocación. Estamos en un mundo que se nos presenta como trágico. Los medios y las informaciones que nos llegan nos hablan de la vida como un drama. Algunas de las realidades que comprobamos en nuestro quehacer pastoral influyen en nuestro ánimo con una fuerte dosis de negatividad. Por eso mismo deberemos estar atentos. La vocación, y la misión que conlleva, nos llama a vivirla con gozo, con esperanza, con enamoramiento de las cosas bellas, para poder trasmitir un mensaje positivo; más aún en un contexto de predicación y catequesis que todavía recalca con demasiada fuerza el sacrifico de la cruz sin dar el paso siguiente que es gozo de resurrección. Creo que José nos ayuda a mirar la vida y las personas, las situaciones y los desafíos con los ojos de los que buscan la belleza y la bondad en las realidades humanas. Necesitamos al misionero enamorado de su filiación divina, de su vocación evangelizadora, enamorado de su mundo relacional, con rostros y tareas concretas. Enamorado del proyecto de Dios en la historia de cada día.
2.- En segundo lugar, José es un hombre fiel. Es una consecuencia de ser un hombre enamorado. Los breves textos evangélicos que lo presentan en situaciones límite nos hacen percibir al hombre que mantiene su fidelidad más allá de las apariencias, las dudas e incluso de ciertas comprobaciones. No me voy a extender en este punto pero creo que nos enseña a confiar, esperar, dilucidar, nos enseña a mantenerse fiel a pesar de las asperezas, las dudas, las contradicciones, los cambios en los planes personales. Es bueno recordar esta virtud de la fidelidad en esta hora de cambio organizativo de nuestros organismos: habrá asuntos que nos superan, dudas que se acrecientan, temores que hacen sombra. Pero más allá de todo eso, está la fidelidad a la vocación recibida que no es maniobra ni hechura de tejas abajo sino regalo y don del Espíritu que va haciendo nuevas todas las cosas.
3.-Otra virtud que José nos muestra como un desafío misionero es la audacia: la capacidad de buscar las respuestas adecuadas ante las situaciones más difíciles: José es un rastreador incansable de las huellas de Dios por los caminos de los hombres. José, un esposo que sabe leer la historia aún sin comprenderla a cabalidad; un papá que sale una noche hacia lo desconocido, sin saber qué le espera más allá de las orillas de su tierra. No entro aquí a discutir si trata de un Midrash o de relatos de tipo catequético o simplemente de un juego artificioso para verificar viejas profecías. Lo que me interesa es decir que José es presentado como alguien que no le teme al futuro: va armando su historia y la de su familia, y, sin saberlo, va construyendo la historia de la humanidad con las piedras y elementos que encuentra en su camino. Es bueno recordarlo en esta hora de nacimiento que estamos viiviendo. También una mañana de enero de 1870 llegaron a estas tierras del sur del mundo un grupo de misioneros sin más bagaje que su fe, su carisma evangelizador y su filiación cordimariana. Un acto de audacia. Un acto de valentía. Un desafío incluso a la legalidad canónica que no estaba aún bien definida. El superior del grupo, a sus 36 años, venía con el título de “Provincial de América meridional” y así lo mantuvo por seis años y en calidad de tal participó en el Capítulo General de 1876. El grupo misionero recibió como tarea ( y aquí me remito casi a la letra a lo señalado por el arzobispo de Santiago de Chile al aceptarlo en la diócesis) el grupo recibió como tarea a) el ser eficientes colaboradores de los pastoes decir no diseñando un proyecto propio alejado o ignorante de la realidad eclesial en la que iban a moverse; b) El grupo debería enfrentar la evangelización en las situaciones más difíciles y en los lugares más abandonados social y eclesialmente ( en esa época se señalaba el mundo rural, el mundo del trabajo y los sectores más empobrecidos de la sociedad: “aquellos que llevan las penalidades de la vida laboriosa”, dice el documento); c) el grupo debería adaptar a las circunstancias y a los tiempos nuevos su sistema misionero y mantener, además, la atención hacia otros campos pastorales.
Muchas conclusiones y muchos compromisos podemos sacar de estos simples enunciados. Cambiaron los tiempos, han pasado los años, se institucionalizó el grupo misionero, pero el llamado es el mismo del comienzo: ser servidores de las iglesias diocesanas según nuestro carisma de la Palabra (pienso en las voces que nos vienen desde nuestro Proyecto de Hombres que arden en caridad y en las voces que nos llegan desde Aparecida); en las situaciones más difíciles (pienso en este comienzo del siglo XXI), en los lugares más abandonados (pienso en que debemos abrirnos más a las periferias, a los empobrecidos, a los necesitados de esperanzas para vivir, aunque ello implique dejar posiciones muy queridas pero ya muy serenas pastoralmente), con sistemas de evangelización apropiados para los tiempos nuevos (pienso en el mundo de la educación, en el desafío de los medios y las tecnologías de la comunicación, en la dedicación a una profundización bíblica acompañada de una metodología que le devuelva al pueblo la Palabra de vida, pienso en las tareas de misión que contemple la religiosidad popular, que supere la mera sacramentación, que eduque y forme personas autovalentes y protagonistas en las comunidades eclesiales.
4.- Una tercera virtud que nos enseña nuestro patrono es La dedicación al trabajo. En ese taller familiar y de la enseñanza de María y de José aprendió Jesús lo que nos diría después acerca de la grandeza de la paternidad de Dios, lo que nos señaló como eje central de su mensaje: el no hacer a otros lo que no se quiere para uno mismo. En Nazaret aprendió a vivir la com-pasión con los desheredados, aprendió la libertad de los hijos de Dios, aprendió a buscar los valores del Reino y su Justicia porque todo lo demás vendrá como añadidura. Allí aprendió la dignidad del trabajo,el valor de la amistad, y la capacidad de sacrificio.
En una palabra: José es el obrero que le enseñó a Dios a ser hombre. No puede haber grandeza mayor.
Llevamos ahora su nombre como emblema de la nueva Provincia. Y vamos a ser dignos de él. Por lo demás es un nombre que acompaña a nuestros pueblos desde sus inicios como estados libertarios. No sólo porque José es nombre de pueblo sino porque coincide que los que nos dieron estas patrias que ahora unimos en una sola bandera, todos ellos fueron José: don José de San Martín, desde Argentina, don José Gervasio Artigas desde Uruguay, don José Miguel Carrera desde Chile y don José Gaspar Rodríguez de Francia desde Paraguay. Puede ser coincidencia. Puede ser también un llamado a seguir las batallas para que nuestros pueblos tengan vida.
Amén.
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