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sábado, 16 de julio de 2011

Semblanza del P. Mario Gutierrez, Superior de la Provincia San José del Sur


Habla de cercanía, de empatía, de diversidad. Son expresiones que repite con evidente convicción, pues resultan demasiado importantes de aplicar en sus nuevas labores misioneras. Mario Gutiérrez, sacerdote claretiano de sólo 36 años es desde hoy el primer superior de nueva Provincia San José del Sur.
Suelta una carcajada cuando le preguntamos cómo vislumbra esta responsabilidad: “¡no, en mi corazón todavía no logro dimensionarlo!”. Afirma al respecto: “Me siento acompañado y respaldado. Creo que es un servicio, y como tal, trataré de hacerlo lo mejor posible”.
No cabe duda de que condiciones tiene. De muy niño y de manera natural el padre Mario fue creciendo en la fe católica. Se crió primero en el campo, cerca de la cordillera de Nahuelbuta, con sus padres y sus cuatro hermanos, Noelia, Néstor, Rodrigo y Gilda. Su niñez transcurrió en el pueblo minero de Curanilahue, en la octava región, donde su padre se empleó en la empresa del carbón ENACAR. Mamá y papá eran además animadores catequistas y en su hogar se solía dar charlas para novios, bautismos y comuniones. La casa era visitada permanentemente por religiosas, sacerdotes y animadores de la parroquia San José Obrero. Incluso recuerda “mi catequista de comunión fue una tía mía, la tía Elsa”
Fue así que su hogar de Curanilahue se convirtió en un espacio vital “y me llevó de la mano por el camino de la fe, sin sobresaltos y de modo natural. No fue algo que descubrí. Se fue dando con la misma vida”, subraya el padre Mario. Siendo niño participó activamente en la pastoral juvenil de su pueblo, en trabajos de verano, misiones y diversas actividades organizadas por la comunidad parroquial. A los claretianos los conoció en 1988 cuando apenas cumplía 14 años. “Fue simpático como me integré a ellos”, recuerda.
En el año 1985 llegó la congregación claretiana a Curanilahue. Ese año hacía su primera comunión. Comenta alegre, “Fue el cura nuevo su primer confesor, y ¿adivina quién era? ¡Sí! – afirma-: ¡Agustín Cabré!”. Fue tan cercano a su hogar, que iba a hacer magia y sus hermanos le descubrían los trucos. Entonces no tenía idea alguna de que el “cura mago” era claretiano.
Tuvieron que transcurrir tres años hasta que viajó a Temuco, al festival de la juventud misionera claretiana. “Allí supe que existían los claretianos, que se dedicaban a la evangelización, y fue allí que nació mi inquietud de ser como ellos. Ser misionero fue una experiencia fundacional”.
Como jóvenes de la provincia de Arauco llegaron en camioneta y alojaron en el gimnasio del colegio de Temuco. “Aquello fue para mí descubrir el mundo, a los misioneros, y dije quiero vivir haciendo esto; tenía 14 años recién cumplidos, pero ya visualicé mi vocación misionera como claretiano”.
Con el tiempo, los padres Fernando Vega y Carlos Vargas acompañaron su proceso para integrase a la vida religiosa.
ORIGEN CAMPESINO
En su sencillez se asoma su origen campesino. Esa tierra noble, dice, donde aprendió a ser deportista, a practicar la caza y la pesca, a realizar caminatas y acampar. Hasta la fecha y apenas puede, sale a caminar con mochila al hombro por senderos solitarios, y siente que este gusto no dejará de cultivar, aun en medio de muchos compromisos.
En el año ‘93 el Padre Mario Gutiérrez ingresó al prenoviciado, donde los claretianos le enseñaron lo que significa ser un “misionero a pie”. Le gustó la vitalidad y sencillez de ellos, y por sobre todo la pasión simbolizada en el fuego. Esa imagen de seres que arden de caridad, y que les llevaba la vida. “Eso debe estar en todo claretiano, y ser misionero significa ponerse al servicio de Dios y su proyecto. Hacerlo con ese fuego que purifica, limpia, abriga y convoca”. En concreto lo importante es – afirma el religioso- estar con la gente, acercar la palabra de Dios, porque éste es el sello característico del misionero claretiano: “ser oyentes y servidores de la palabra de Dios”.
De su pasado como dirigente estudiantil y comprometido con los procesos sociales que vivió el país trae a la memoria su despertar hacia una sensibilidad política que lo acercó de muy joven a la contingencia nacional. Sólo tenía 14 años para el histórico plebiscito de octubre de 1988, pero la inquietud de participar y comprometerse en los procesos por el bien común se mostró abiertamente en su espíritu. Desde entonces sabe bien que la sociedad chilena tiene mucho de desigualdad social, y muy poca capacidad de reflexionar y hacerse cargo de esto, indica.
Sin embargo el aporte de los claretianos al país ha sido diverso, y cree que se ha concreado en el ámbito del servicio parroquial, en el modo de llevar adelante la misión. También, -sostiene- en el ámbito de los colegios hay un intenso trabajo, y en los medios de comunicación que han creado. De igual modo en la animación bíblica dentro de las pastorales, como en  todos los aportes que han marcado la presencia claretiana en Curanilahue, La Bandera, Linares, en el campo, en tantos lugares.
MISIÓN COMPARTIDA ES FUNDAMENTAL
La necesidad de aunar experiencias entre religiosos y laicos mediante la misión compartida, a su juicio es fundamental: “sin eso nos morimos”. Así de convencido está el padre Mario, que dentro de su estilo quiere terminar con todas esas auras que rodean al cuerpo clerical, y hacer posible un trabajo conjunto donde la diversidad sea la que gobierne. “El tema de la diversidad nos enriquece, nos une, nos hace mejores, ayuda y permite mucho más”, expresa, remarcando cada palabra.
Admite que no es simple y que puede volver la vida más compleja, pero también más entretenida. “Nuestra labor enfrenta el desafío de mirar en conjunto y responder con todos los medios a nuestro alcance para lograr una mejor gestión y llevar a mejor puerto los proyectos que tenemos”.
Sabe que a todo claretiano le mueve el servicio hacía la Palabra de Dios, y cita a san Ignacio: “Él decía: hay que hacer como si todo dependiera de uno y confiar como si todo fuera cosa de Dios”.

PONER EL ACENTO EN LAS PERSONAS.

Ponerse en el lugar de los demás y ser delicado en el trato son condiciones vitales para avanzar en el camino de la misión compartida. El padre Mario enfatiza que “la empatía es fundamental”, y agrega: “si no me pongo en el lugar del otro, si no agudizo mis sentidos en lo importantes que son las personas, todo esfuerzo será en vano”. Se vale de un refrán: solo, voy más rápido; con otro, voy más lejos, para demostrar que solamente se avanza en el camino, no cuando se le exige más al otro, sino cuando juntos logran ser eficaces. “Hay que poner el acento en los procesos y en las personas”, subraya.
ENCABEZAR SAN JOSÉ DEL SUR

En el horizonte ya se asoma clara la presencia de la nueva provincia claretiana, y al nuevo provincial Mario Gutiérrez le entusiasma la tremenda oportunidad que se está dando la Congregación: “Siempre he creído que la sinergia de la comunidad puede más. El padre Teodoro Arranz dice: ¡uno más uno es mucho más que dos!”.
Aunque su corazón no dimensione la tarea que deberá desarrollar como superior provincial, hay tranquilad y alegría en su mirada. “Creo que estos seis meses que durará mi servicio serán claves para preparar de la mejor manera la celebración del primer capítulo de la nueva provincia, fijado para enero de 2012”, explica convencido. Insiste en que hay que ser fino en el discernimiento, “escucharnos, revisar nuestros objetivos y estilos de vida, descubrir las necesidades, ideas, desafíos y obstáculos. Si hacemos una buena lectura de lo que nos pasa, lograremos que en el primer capítulo se conversen las cosas que verdaderamente importan”
Como posibilidad, Mario Gutiérrez acepta que puede ser reelecto como superior de la provincia, pero parafraseando a los políticos responde con prontitud: “no hago ciencia ficción”
Y si sus hermanos decidieran que tras los seis meses, deba continuar, lo asumirá, porque la comunidad “nos pone responsabilidades y tenemos que tenerlas previstas”. Lo importante es “que las cosas se hagan sin prisa pero sin pausa, y que la comunidad se vea fortalecida en su lazos”. Desde su óptica “es buen síntoma saber que esto es obra de Dios y no nuestra, o de algunos. Éste es un tiempo que nos exige lucidez como misioneros, para responder evangélicamente al mundo que va tan vertiginoso”.

El brillo de sus ojos confirma que es dueño de un corazón feliz y que no le amedrentan los desafíos. Al contrario, dice: “estoy contento; siempre me he sentido muy amado, apoyado y valorado”. El amor es a su juicio la clave,  pues cada desafío lo asimila como una nueva oportunidad de servicio misionero, tal como- enfatiza- lo dijo Jesús: “amar y servir”.

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